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El invocador de los espíritus chorotegas

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A las seis y media de la tarde ya es de noche en Totogalpa, a unos 200 kilómetros de Managua. Entre la oscuridad y desde una minúscula casa de adobe sale una voz llena de alegría; ahí yace Pichtac o Pedro Pérez Carazo, el líder espiritual del pueblo indígena de Totogalpa y el invocador de los ancestros chorotegas.

Dispone de incienso y mirra que los quema sobre un pedazo de teja lleno de brasas. A su alrededor elabora un círculo perfecto de cal a cuyas orillas coloca un par de velas y nos dice: “Vamos a invocar al gran Ahau y a recordar el conocimiento de nuestro abuelos”.

Pichtac es como lo conocen en su pueblo, tras haber reorganizado las estructuras tradicionales del pueblo indígena. Pedrito, como también le llaman, tiene un cuerpo menudo, una voz que pareciera estar llena de una emoción permanente y una sonrisa que lo distingue desde largo. Así lo corroboran sus vecinos. “Ese siempre anda riéndose, no se pierde”, dicen.
Un nagual para ser guía
Pichtac no es un sacerdote, según cuenta. Su don o su nagual sólo le permite hacer invocaciones y celebrar ceremonias por el bien de la comunidad. Al inicio del ritual se amarra una tela roja en la cintura y una blanca en la cabeza. Se hinca en dirección norte e inicia: “Por los espíritus de nuestros ancestros, cacique Cayán, Ixcayán, Mosunse, Diriangén”.

El guía no cree en el Dios cristiano ni en su adversario histórico el diablo, lo que le ha valido serios señalamientos de los líderes católicos y evangélicos, quienes le recuerdan su contradicción por ello. Ésta se manifiesta en lo que dice luego sobre el gran Ahau, o gran señor, que sería el Dios de los cristianos. Pero él ofrece una explicación convincente.

“Cortaron las ramas, cortaron el tronco, pero no nuestras raíces, hoy apuntamos al rescate de nuestra identidad. Esto de la espiritualidad es a largo plazo, sabemos que es muy difícil contra las iglesias, católicas y evangélicas, pero cuando ya hay convicción, esto irá creciendo incluso dentro de nosotros mismos”, señala Pichtac.
“No existe Dios ni el diablo”
Agrega: “Yo he dicho que no existe un Dios ni existe un diablo, y si existe, entonces Dios se manifiesta en las personas. Pero es que el diablo no existe, pero si existe el diablo, se manifiesta en vos cuando hagás la maldad y Dios se manifiesta en vos cuando hagás las cosas buenas. A través del aire, el fuego, la luz y el ambiente, nos vamos a ir empoderando, yo no he entrado en confrontaciones y digo mejor que no hablemos de que no existe Dios, pero en mi interior digo e invoco a Ahau”.

Este sencillo personaje vive en la comunidad El Hornito, un verdadero laberinto de cuestas y barrancos hasta donde hay que caminar cerca de cinco kilómetros, desde donde se puede llegar en vehículo a unos 15 kilómetros de Totogalpa.

Allá encontramos un ambiente reseco por la falta de lluvia. En el camino una mujer se bañaba al aire libre con sus pechos descubiertos cerca de una fuente donde varios hombres daban de beber agua a sus animales. Más adelante, lo hacía un joven en un ojo de agua, su mirada era más que inocente.

Preguntamos por “Pedrito” en varios lugares, pero todos daban ubicaciones diferentes. El hombre parecía escabullirse entre el bosque de roble, pino y ocote de la zona. Cerca de ahí, cuenta Pichtac, una vez hallado, se encuentra el cementerio indígena de Totogalpa, compuesto de montones de piedra gruesa o bolón, como se le conoce popularmente.
La entrevista con los abuelos
Encontrarse con Pichtac da una sensación de bienestar. Aunque no estudió una carrera universitaria, es evidentemente inteligente. Desde joven se preocupó por preservar el conocimiento de los abuelos de Totogalpa, trabajo que le costó varios años de su vida, recorriendo las comunidades de ese pueblo.

“Yo visitaba a los ancianos y a todos les decía abuelito, a ellos les preguntaba para qué servía esta roca o para que servía tal lugar, y ellos me decían: ‘Aquí es donde nos reuníamos para invocar al gran Ahau’, y de ahí aprendí”, relata.

Pichtac fue el primer presidente de la comunidad indígena desde que la alcaldía les reconoció su existencia en el pueblo hace cinco años. La historia de esta raza, por supuesto, data de mucho tiempo atrás.
La protección de los títulos reales
En 1971, cuenta que en una especie de guerra en contra de los indígenas, los alcaldes designados de la época desconocieron a las autoridades y los desplazaron del poder en la mayoría de los pueblos del norte. Tras ello, quemaron todo tipo de registro y huyeron con los títulos reales que daban testimonio del territorio de la comunidad.

Se cree que los líderes llevaron los títulos hacia Honduras o los enterraron por mucho tiempo. Totogalpa no cuenta con su título original, sino con una compulsa o un certificado del Registro de la Propiedad de Guatemala, lugar donde se inscribían durante la época de la colonia.

Pichtac narra que bajo el mando de un encomendero, sus ancestros tuvieron que pagar con maíz, millón, frijoles y sal. Esta última era traída desde León, por lo que tenían que bajar hasta occidente por la zona de Cusmapa, una bajada de centenares de kilómetros y más de mil 500 metros de inclinación sobre el nivel del mar.

“Nuestros ancestros le tenían que dar dos fanegas de maíz, dos de millón, dos de sal, y la tenían que ir a traer hasta León. El que podía y aguantaba, venía con la sal, el que no, moría como perro durante el transcurso del camino. El camino más cerca era aquí por Santo Domingo, Somoto, San Lucas, luego Cusmapa y luego bajaban hasta Chinandega y pasaban hasta León. ¿Se imagina traerse un saco de sal y sólo para mantener al encomendero? Eso fue desde 1523 hasta 1791”, explica Pichtac.

Por todo ello, Pichtac no considera justo que ahora se les exija que anden con taparrabos o con dos plumas en la cabeza para que puedan ser reconocidos como indígenas. Según él, basta con la convicción de su pertenencia a una ancestral cultura y de querer luchar por un territorio.
Una ley que los diputados no quieren
Adicionalmente critica a los diputados de la Asamblea Nacional por negarse a aprobar la Ley de Pueblos Indígenas del Pacífico Centro y Norte, que ya ha sido consensuada por los pueblos. Pero en la Comisión de Asuntos Étnicos del Parlamento es dictaminada y redictaminada constantemente y goza de la oposición de todas las bancadas. Pichtac está claro de que no es ninguna regalía de parte del Estado, sino un reconocimiento a las tierras que compraron hace ya muchos años.

“Queremos que respeten la espiritualidad, cosmovisión, si es de darle gracias al aire, al gran Ahau, a la cosecha, eso queremos hacer. Los padres de la patria se han adueñado de grandes territorios porque alcaldes se hicieron dueños, vendieron y regalaban al de su agrado, convirtieron la tierra en una mercancía”, señala.

La ceremonia de invocación
En la ceremonia se ubican cuatro velas, al norte una blanca, al sur una amarilla, al este una roja y al oeste una vela negra. Se acompaña de flores de colores similares y una hoguera en el centro. El fuego comunica los sentimientos de los presentes que los interpreta el guía. El círculo de cal, según Pichtac, es una manifestación de la certeza de los antepasados chorotegas que la tierra era redonda.

La luz blanca representa el norte, significa paz, aire puro, la cosecha y el viento. Es el lugar por donde viene la lluvia que riega las plantas y hace producir la tierra. La luz amarilla representa el sur, significa paz, espiritual, y es por donde se van los malos espíritus y por donde se hace la limpieza a las personas bajo la invocación de Ahau. También se invoca a los tres elementos, sólido, líquido y gaseoso.

En el este es de color rojo, significa la energía, ahí se simboliza la identidad del ser indígena, la luz roja es una guía para el día siguiente, aunque esté lleno de problemas. El oeste se identifica con una vela de color oscuro, donde se llama a los grandes abuelos que cuentan la historia. Simboliza la noche, el descanso y la meditación. El traspaso del saber.

“Este tipo de enseñanza es considerada brujería, e incluso los hermanos separados (evangélicos) la señalan de idolatría, pero yo sé que este proceso costará y tardará mucho tiempo hasta que tengamos un sacerdote. Yo ya no me siento pecador con la fe cristiana porque no hablo ni hago nada en mal de los padres, religiosas o pastores”, afirma Pichtac.

Este guía espiritual recibió entrenamiento en Guatemala de parte de los sacerdotes mayas durante dos años y fue graduado en el centro ceremonial de la pirámide de Tikal en ese país. Pichtac es reconocido entre los pueblos indígenas de Nicaragua por su esfuerzo en recuperar la cultura religiosa. Usualmente es quien hace el ritual de iniciación de cualquier evento en las comunidades o pueblos que lo invitan.
“Nuestra madre nos castiga”, dice
En este momento Totogalpa vive una de sus peores épocas por la sequía causada por el fenómeno de El Niño. Pedro Pérez Carazo asegura que se debe a la falta de respeto a la madre tierra y al egoísmo de los seres humanos. Cuenta que los ancianos le decían que a la tierra hay que dejarle algo de la cosecha y siempre quedaba algo de frijol o maíz en los campos, pero ahora no se deja ni un grano, se quema y se botan árboles por todas partes y ante tanto daño, a la tierra no le queda otra que cobrar, y lo hace con creces.

“Nos queda orar de la forma en que nos han enseñado, todos le decimos madre tierra, pero quién de nosotros que tenemos una madre viva le va a meter fuego, estoy seguro que nadie. Creo que debemos pedir permiso cuando cortemos un árbol, pedir perdón por el aire contaminado, por la profundización de las aguas y por el calentamiento global”, señala.
En el nido de las aves
Totogalpa en náhuatl significa nido de las aves. El nido de Pichtac es una amplia oficina donde ejerce además el cargo de mediador sobre los problemas de propiedad relacionados con el territorio indígena.

Las iniciales de la organización Pueblo Indígena Chorotega de Totogalpa en Acción Comunitaria, Pichtac, es la que conforman el nombre que carga Pedro Pérez, un nombre tan común en un personaje de pensamiento inusual.

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