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Origen de los símbolos de la Navidad

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Las fiestas que estamos celebrando hasta el 6 de enero van cargadas de una serie de símbolos en los que de manera singular intervienen desde la religión hasta los comercios, cada uno con sus fines de beneficio, ya sea espiritual o material, sin olvidar el trasfondo cristiano del que se suele desconocer esa propia simbología.
Comenzamos por el belén.

El más antiguo que se conoce se instaló en la ciudad bávara de Füssen el año 1252.

Por lo que respecta a España, se sabe que hacia 1300 aparece montado un pesebre en la catedral de Barcelona.

Pasa el tiempo y es Italia la que toma predicamento en esta materia, alcanzando notable fama los napolitanos, cuyo estilo perdura en la actualidad.

Fue Carlos III, que cuando fue proclamado rey de España ya lo era de Sicilia y Nápoles, quien introdujo en nuestro país la exhibición de las grandes composiciones belenísticas barrocas.


En cuanto al propio nombre de la Navidad, éste es una abreviatura de Natividad, palabra que procede del latín 'nativitas-nativitatis' y significa nacimiento, el de Jesús, que quiere decir 'Dios salva'.

Cristo nació en Belén, 'casa del pan' en hebreo, cuya gruta, una cueva natural de piedra calcárea que hacía las funciones de pesebre, estaría autentificada como la de la venida al mundo del Redentor por cuanto dos escritores, el pagano Celso y el cristiano Justino, la citan como lugar muy venerado.

Hasta el punto que el emperador romano Adriano, español de Itálica, junto a la actual Sevilla, mandó erigir allí una estatua de Adonis, divinidad de la belleza juvenil, para rendirle culto pagano y alejar a los cristianos.

Pero hacia el año 320 Constantino y su madre Santa Elena levantaron allí una iglesia que aún se conserva, con las lógicas transformaciones posteriores, y en donde la gruta se convirtió en cripta.


El 25 de diciembre como fecha del nacimiento de Jesús no está avalado en las Sagradas Escrituras, que no le conceden especial relevancia. Hasta el siglo IV se conmemoraba el 6 de enero a la par que la Adoración de los Magos; y será en esa centuria cuando se empiece a conmemorar el 25 de diciembre, asumiéndolo San Gregorio Nacianceno en el año 379.


El cristianismo adoptó muchas de las tradiciones paganas porque estaban arraigadas en la población.

En la antigua Roma el 'natalis solis', nacimiento del sol, se celebraba con el inicio del solsticio de invierno, cuando los días empiezan a alargar, siendo la victoria de la luz sobre la oscuridad, llamada 'natalis invicti'.

Con el nacimiento de la verdadera luz del mundo, tomaron los cristianos la fecha del 25 de diciembre, recién comenzado el solsticio.

La celebración de los cambios estacionales ha llegado hasta la actualidad en nuestra tierra con las fiestas de Fallas de San José y Hogueras de San Juan, unas coincidiendo con el equinocio de primavera y las otras con el solsticio de verano.


Como el cristianismo surge y se expande por el hemisferio norte y la conmemoración de la Navidad resulta en la estación más cruda, desde los primeros tiempos se encendían grandes fogatas que, al margen de proporcionar calor, rendían culto a la 'luz de Cristo' que sacará al mundo de las tinieblas.

La evolución de ese rito derivó en la iluminación eléctrica de nuestras calles en estas fiestas.

La costumbre del árbol de Navidad es netamente cristiana; no hay más que ver el que se levanta en la plaza de San Pedro del Vaticano.

Procede de los países nórdicos y se tiene constancia de ello a partir del siglo XVI, época de la propagación de la reforma protestante de Lutero, que, no lo olvidemos, era un monje agustino alemán.


Pues bien, en Escandinavia se reunían las gentes en torno a un gran árbol de sus bosques al que le colocaban velas para orar y cantar a su alrededor.

Era el árbol de la vida para el hombre y a la vez el símbolo de la futura muerte de Jesús en el árbol de la cruz de madera.

Otras leyendas antiguas que involucran a San Bonifacio y las tierras germanas no pasan de eso, si bien Alemania instalaba árboles a los que se ponían frutas y regalos.


Siguiendo un orden cronológico, lo de las uvas de Nochevieja, nada tiene de religioso, es invento netamente español aunque se ha exportado discretamente a algunos países hispanos.

Se empezó a expandir a comienzos del siglo XX y se dice que fueron agricultores alicantinos los que, ante los excedentes de una cosecha, decidieron dar salida a los racimos inventándose lo de los doce granos, uno por cada campanada.

Cierto o no, se ha generalizado en nuestro país y la verdad es que esa uva procede de nuestro valle del Vinalopó.


Vamos a concluir con los Reyes Magos.

Las Sagradas Escrituras sí hablan de ellos y les dan ese calificativo porque era así como se llamaba a los sacerdotes y sabios medos, persas y caldeos, consejeros reales pertenecientes a una casta del saber pero no monarcas ni magos porque se dedicaran a hacer magia.

Se desconoce a ciencia cierta que fueran un trío, aunque se intuye por considerárselos poseedores de tres dones: incienso, oro y mirra para el Dios, el rey y el hombre, respectivamente, según Juvenco, escritor hispanolatino del siglo IV.

Siguieron la senda celestial de una estrella milagrosa que los llevó a Belén.


Desde el siglo XII se les representa según los tres continentes del mundo conocido entonces o las tres cabezas de linajes tras el Diluvio Universal.

Así, Melchor representa a Europa o la raza de Jafet, tercer hijo de Noé.

Gaspar, a Asia y los semitas, descendientes de Sem, primer hijo de Noé.

Y Baltasar, a África, simbolizada en los camitas, descendientes de Cam, segundo hijo de Noé.

Por ese orden llevaron cada uno de regalo al Niño oro, incienso y mirra, de ahí que nosotros también obsequiemos en esas fecha a nuestros seres queridos.

Un manuscrito del siglo VII que se conserva en París es el documento más antiguo conocido donde aparecen citados.

Y tradicionalmente se les considera enterrados en la catedral de Colonia tras haber reposado antes sus restos en Constantinopla y Milán.

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