El 21 de marzo, cuando el Sol entra en el cero grado de Aries, los dos polos de la Tierra están a igual distancia del Sol, permitiendo que la luz se irradie de forma equitativa en ambos hemisferios. Por ello se dice que el día y la noche tienen la misma duración.
Durante siglos, todas las culturas han rendido honor a la madre naturaleza ese día. Los mayas tomaban el equinoccio de primavera como una fiesta en la que se demostraban grandes conocimientos en astronomía, matemáticas, cronología, geometría y religión. De allí que cada 21 de marzo, la pirámide de Kukulká o castillo de Chichén Itza proyecte una figura serpentina de siete triángulos de luz invertidos, producto de la sombra de las nueve plataformas de esa magnánima estructura.
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