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Siéntate, reza, respira

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 Los cristianos primitivos decían que Dios se hizo humano para que los humanos pudieran convertirse en Dios
De un tiempo para acá he acompañado mi práctica de meditación con un montón de lecturas sobre sus aspectos psicológicos y neurológicos.
Desde la expansión de la neo-corteza cerebral hasta la liberación de hormonas y la creación de nuevas conexiones neuronales, mi fascinación ante el poder transformador de esta práctica no hace sino crecer.


En mi caso, la meditación es algo que he mantenido al margen de la religión. Al menos en el sentido como me la enseñaron los curas en el colegio. Podría decir que es un asunto espiritual, pero incluso allí suelo mantenerme en el lado más agnóstico de la experiencia. Es por ello que encuentro en el budismo (y sobre todo el que ha abrazado a la ciencia en Occidente) una mayor resonancia a la hora de responderme ciertas preguntas.

Y desde hace muchos años no rezo. No en el sentido tradicional. Pero tampoco conocía la existencia de otra forma de rezar. Una que enlaza la meditación con la fe cristiana y revela la divinidad del ser humano.

"La meditación es una práctica espiritual que está presente en las grandes tradiciones religiosas", me dijo en una entrevista el padre Laurence Freeman, uno de los principales guías de la comunidad global de meditadores cristianos. "En el cristianismo aparece en la tradición contemplativa y en las palabras de Jesús: un maestro de la contemplación".

¿Jesús un meditador? En las escrituras hay muchas referencias a su costumbre de rezar la noche entera en lugares apartados. Era una práctica ya conocida en el judaísmo y se cree que Jesús la reforzó en Oriente durante los años que estuvo "perdido" antes de evangelizar. De cualquier forma, es evidente que Jesús era un maestro espiritual que conocía el poder del silencio interior. O lo que llaman la Oración del Corazón.

"Existen muchas formas de rezar", me dijo el padre Freeman. "Está la oración mental, donde usamos palabras para comunicarnos con Dios. Pero más profunda es la oración del silencio y el ser, donde establecemos una íntima conexión con Dios. Es cuando no hablamos o pensamos en Dios, sino que estamos con Dios, completamente presentes".

¿Y cómo es esa oración? Sencilla. Sólo hace falta sentarse, respirar y repetir mentalmente una palabra o frase, como si fuera una fórmula o un mantra. Esto hace que poco a poco los pensamientos se evaporen y se abran las puertas del corazón. Así aparece eso que los meditadores cristianos llaman el gozo del espíritu y la paz de Dios.

Es práctica común en las técnicas meditativas fijar la atención para calmar la mente. Sea la respiración, el cuerpo o una imagen, el objetivo es concentrarse en el presente para separar las formaciones mentales de la conciencia pura. ¿Demasiado abstracto? De alguna forma lo es, pero una vez que lo experimentas resulta claro: en lugar de habitar en los productos de nuestra mente, podemos vivir en una dimensión más esencial. O como dice el padre Freeman, en la divinidad de la que somos parte todos los seres humanos.

Los cristianos primitivos decían que Dios se hizo humano para que los humanos pudieran convertirse en Dios. El camino de los meditadores cristianos pasa por esta Oración del Corazón, donde ocurre un proceso de transformación que en primera instancia trae beneficios físicos y psicológicos; pero luego produce frutos como el amor, la bondad, el autocontrol y la maduración de la fe. ¿No te parece una forma de vivir el cielo en la tierra?

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Eli Bravo
http://impresodigital.el-nacional.com/

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