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Origen de los Reyes Magos

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Con la Navidad llegan muchos símbolos y personajes religiosos. Unos de ellos son los Reyes Magos, que según la tradición cristiana adoraron a Jesús luego de su nacimiento. Es un pasaje bíblico “lleno de significados” que a lo largo de los siglos ha aunado componentes de religión, mito y política,


POR MIGUEL GONZÁLEZ

Sabido es que los magos de Oriente traen cada Navidad regalos a los niños en muchos países, pero sobre su existencia real poco se sabe. Es “una madeja por desenredar” a la que se dedican teólogos, historiadores y expertos, entre estos Franco Cardini, profesor de la Universidad de Florencia y autor de Los Reyes Magos. Historia y leyenda —Península—.

La tradición cristiana se fundamenta en el capítulo 2, versículos 1-2-11 del Evangelio según San Mateo, que cita: “Y como fue nacido Jesús en Belén de Judea en días del rey Herodes, he aquí unos magos vinieron del Oriente a Jerusalén. Diciendo: ¿Dónde está el Rey de los judíos, que ha nacido? Porque su estrella hemos visto en el Oriente, y venimos a adorarle. (...) Y entrando en la casa, vieron al niño con su madre, María, y postrándose, le adoraron; y abriendo sus tesoros, le ofrecieron dones, oro, incienso y mirra”.

Para empezar con el debate, en este pasaje bíblico no se menciona si son reyes, cuántos eran ni cómo se llamaban.

Hay profesores, místicos y teólogos antiguos de la tradición griega, latina y musulmana que han estudiado este mito, “extraordinariamente importante y fascinante”, y que siempre han encontrado nuevos significados que no borran las interpretaciones precedentes, sino que las enriquecen”, cita Cardini.

Certezas hay pocas. La adoración solo se narra en el primero de los cuatro Evangelios canónicos —los que, según la Iglesia Católica, contienen la verdad inspirada por Dios—, el de San Mateo, pero a lo largo de los siglos “la tradición tuvo manera de afirmarse de nuevo en casi todos los evangelios que conocemos como apócrifos —no incluidos en la Biblia—”.

Tampoco está claro quiénes eran realmente esos magos. Aunque en aquella época, según explica Cardini, se entendía por mago a un “astrólogo y sacerdote de la religión mazdea”.

Las tradiciones antiguas que no fueron recogidas en la Biblia, como, por ejemplo, el llamado Evangelio del Pseudo Tomás del siglo II; sin embargo, dan su número y les asignan nombre: Melchor, Gaspar y Baltasar, posiblemente sacerdotes zoroastristas provenientes de Persia. Los nombres son, además, diferentes, según la tradición siriaca. Según posteriores interpretaciones, los Magos fueron considerados originarios de Europa, Asia y África, respectivamente.

En la Iglesia Católica

La primera vez que surge el nombre con que hoy se conoce a los Reyes Magos es en la iglesia de San Apolinar Nuovo, en Rávena, Italia. El friso de la imagen está decorado con mosaicos de mediados del siglo VI que representan la procesión de las Vírgenes.

Esta procesión está conducida por tres personajes vestidos a la moda persa, tocados con un gorro frigio, y su actitud es la de ir a ofrecer lo que llevan en las manos a la Virgen, que está sentada en un trono y tiene al Niño en su rodilla izquierda. Encima de sus cabezas se pueden leer tres nombres, de derecha a izquierda: Gaspar, Melchor, Baltasar.

Hubo que esperar hasta el siglo VIII o IX para que los Magos fueran tres, “pues hay evangelios en los que se habla de cuatro, 12, 40 o hasta 500”, de acuerdo con Cardini.

Según la historia, cada Mago vendría de uno de los continentes entonces conocidos —Europa, Asia y África—, del que son reyes, representan a una raza, las tres edades del hombre —juventud, madurez y vejez— y las clases de la época —sacerdotes, reyes o guerreros y campesinos—, “que van a arrodillarse ante el Señor”, relata Cardini.

Las tres ofrendas, oro, incienso y mirra, representan las tres cualidades de Cristo: Dios, rey y hombre.

Pero los Reyes Magos tienen también un componente político. En 1164, el emperador Federico I Barbarroja da orden de llevar las reliquias o restos de estos sabios, de Milán, Italia, a Colonia, Alemania, y su culto se convierte en imperial, medida contestada por el papa Alejandro III, que lo convierte en un culto pontifical.

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