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Un país en baja médica por depresión y melancolía

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Si hubiera que resumir en una frase el barómetro del CIS publicado ayer sobre el estado de ánimo de los españoles, la más adecuada sería esa que nació como chiste y forma parte ya del vocabulario popular:"Virgencita, que me quede como estoy". En efecto, los españoles despiden el año entre deprimidos y resignados. El paro no les deja dormir, la economía les agobia y los políticos les dan miedo.

O sea, tienen un problema y quien podría resolverlo se ha convertido en otro problema. Así que este es un país tristón, como si hubiera perdido la chispa mediterránea que sirve de reclamo a los turistas, gris y melacólico, atribulado y cabizbajo. Vamos, que está hechos unos zorros y se encamina al 2010 arrastrando los pies.

De aplicar aquel criterio del Gobierno según el cual mostrarse pesimista o no sonreir de oreja a oreja era de antipatriotas, e incluso de fachas, hoy el 79% de los españoles sería acusado de sedición. El barómetro del CIS es la radiografía de alguien que podría pedir la baja médica por depresión sin temor a que se la denegaran. Pero lo único que pide a la vida es que la salud no le falle, que la familia no le deje tirado y que no le echen del curro. Eso es exactamente a lo que aspira el 80% de la población. ¿Acaso es pedir demasiado?

Es notable que ni siquiera haya un gemido de protesta, el hervor de una rebelión a punto de estallar o la pataleta indignada. Del estudio del CIS no se transluce el más mínimo reproche al Gobierno, ni a los sindicatos, ni a los gestores de sus dineros. Nada. Pura resignación budista. Asombrosa mansedumbre ante unos gobernantes que han metido la pata hasta el corvejón. A qué grado de anestesia vital se habrá llegado que hasta la corrupción, el choriceo sin fronteras, apenas si le preocupa al 7% de los ciudadanos.

Es de suponer que al Gobierno de Zapatero sí le preocupan los datos del CIS, sobre todo por el hondo pesimismo que encierran. Pero quien más preocupado debería estar es el PP. La razón es bien simple: el español de a pie se siente decepcionado por el Gobierno, cuya desastrosa gestión ha traído estas miserias, pero no halla restallantes motivos de esperanza en la oposición. De ahí su melancolía. Se siente atrapado entre unos gestores ineptos y una alternativa tan lejana y difusa que ha decido abrir el paraguas y esperar a que escampe; o a que dejen de mearle encima, que viene a ser lo mismo.

José Antonio Gundín

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