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Augurios

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Hasta el asesinato de Julio César fue predicho con exactitud: «Guárdate de los idus de marzo»

Sean bienvenidos al nuevo año, queridos lectores. Como lo haría un comité de recepción en el aeropuerto de un exótico país: Bienvenidos a un territorio desconocido, compuesto de 365 lugares distintos en cada uno de los cuales hay al menos 24 rincones esperando ser disfrutados. El cambio de año supone siempre mucho más que descolgar otra hoja del calendario, así lo sentimos desde que el tiempo es tiempo y el hombre es consciente de su transcurso y capaz de encasillarlo en forma de almanaque. El cambio implica el levantamiento del inventario del ejercicio que se cierra a la vez que se intenta adivinar por dónde nos conducirá el venidero.

Desde el principio de los tiempos, el hombre ha sentido la necesidad de crearse la ilusión de que el futuro es vaticinable. Se siente más protegido pensando que el porvenir ya está escrito y sólo se trata de encontrar el código secreto con el que está encriptado. Los Aramís Fuster o Rappel de turno tienen su bola adivinatoria, el tarot, las cartas echadas o la lectura de las líneas de la mano. Los antiguos, la forma de las nubes o las ondas en el agua tras arrojar una piedra. En Roma el canto y el vuelo de las aves o la disección de sus vísceras. Los griegos su oráculo de la ciudad de Delfos, allí donde fueron las primeras pitonisas, en el templo dedicado a Apolo a los pies del Monte Parnaso. Los druidas celtas encontraban la magia en árboles, flores o palillos hechos de madera de tejo. Los escandinavos sus piedras con símbolos, las runas. En África o la Polinesia, brujos y chamanes. Los sacrificios, la astrología, la riqueza de ritos de la América precolombina, cada cultura, cada episodio en la Civilización, han traído la ambición por conocer qué sea lo que va a suceder. Hasta uno de los grandes acontecimientos históricos más conocidos, el asesinato de Julio César fue predicho con exactitud: «Guárdate de los idus de marzo».

No hemos conocido el nombre del primer zamorano hijo de 2010, uno de los ritos que se repite cada uno de enero. Es una mera anécdota, pero como los míticos augurios, me ha hecho recordar que con la crisis, a diferencia de otros diciembres, éste, nadie pide que el nuevo año sea mejor que el anterior. Se firma en conformidad porque no sea peor que 2009. Hay en el aire, temor a lo que nos pueda deparar, como la atmósfera densa y tensa que rodea las tragedias literarias. Como si se quisiera pasar por el año de puntillas, sin hacer ruido, de soslayo. Que no se nos vea mucho, al menos hasta que pasemos nuestros particulares idus de marzo y veamos la luz de abril.
Para romper esos augurios, les deseo lo mejor para este veinte diez. Entren en él con paso firme y mirada larga. Parafraseando, una vez más, a Serrat, este puede ser un gran año, plantéenselo así.

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