LA IRA Y EL DOLOR . Ana I. Dokser
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El camino de autodescubrimiento, requiere de la aceptación de las distintas emociones humanas. Ellas no son tan claras como aparecen, es posible que cuando nos enojamos o somos presos de un ataque de ira, lo que estemos ocultando es una profunda necesidad de ser vistos, escuchados, reconocidos o amados. La ira actúa, en este caso, como defensa al contacto íntimo.
Es interesante revisar en qué situaciones tenemos respuestas iracundas y si ellas son repetitivas. La ira siempre es corporal, puede ser verbal o no explicita. La ira irrumpe como una energía que despierta y asciende y hasta podemos ver su color rojo en quien la manifiesta.
Existen en la comunicación corporal gestos de fastidio, de ignorancia de la presencia del otro que tienen la misma cualidad. Hay familias que se comunican a través de esta emoción. Se enojan, estallan y luego viene la calma hasta la próxima pelea, desperdiciando un gran caudal de energía. Para otras familias en cambio es una emoción inaceptada, la reprimen y respiran un clima de constante tensión. Esta ira acumulada a lo largo de la vida puede convertirse en enfermedades físicas.
Estos patrones de conducta son aprendidos y se transmiten desde la infancia.
La ira se crea en el pensamiento y como el pensamiento es energía, atrae por sincronía aquellas personas o situaciones de igual resonancia. La ira se alimenta de ira.
La agresión natural, en cambio es una respuesta instintiva que nos permite defendernos de peligros concretos, protegiendo nuestro espacio externo e interno. Nos capacita para la acción y nos fortalece. Tiene una meta y declina una vez alcanzada. En cambio cuando el objeto de ataque está en nuestros pensamientos podemos en silencio seguir rumiando y planeando estrategias que consumen la energía vital.
Cuando una madre se enoja con su hijo porque ha llegado tarde a casa sin avisar, este enojo sustituye el temor y el amor. Cuando una pareja se separa la pelea sustituye la tristeza y el dolor. Llevar a la conciencia estas otras emociones, reconocerlas y vivenciarlas es el primer paso para la transformación personal.
Todo lo que se resiste persiste. La irritabilidad y el mal humor pueden encubrir la tristeza. Expresar tristeza nos hace sentir más vulnerables.
Los niños expresan aquella emoción que sus padres no se atreven a mostrar. Si un padre vuelve a casa con cólera, porque ha sido maltratado por su jefe, su hijo toma aquello que percibe y cual esponja lo expresa. Podemos alivianar la carga de los niños, que por amor cargan como propio, aquello que es de los adultos. Al mirar como espejo el campo emocional de los niños y sus reacciones, podemos corregir comportamientos que nos preocupan o resultan incomprensibles en ellos.
Las emociones fuertes producen cambios en la bioquímica del organismo, debilitándolo. El motivo de nuestras reacciones tiene sus raíces en heridas infantiles, incluso algunas de experiencias de otras vidas. Puede una parte de nuestra conciencia haber quedado atrapada en experiencias difíciles de otras encarnaciones y responder desde esos patrones de conducta inconcientes. Cortar lazos con la necesidad de atraer y crear más dolor en la vida es posible.
Observar la ira cuando empieza a asomar en el cuerpo, siempre nos da una señal, podemos preguntarnos qué es lo que estamos evitando y no ser controlados por ella. Habitar el cuerpo, sentirnos presentes en él, eleva nuestra frecuencia vibratoria con lo cual cualquier emoción negativa que vibre en un nivel más bajo no tiene entrada. Desde ahí podemos accionar en vez de reaccionar.
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