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 El Solsticio de Invierno

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Se produce cuando el Sol en su movimiento anual a lo largo de la eclíptica está en su mínima inclinación y la mínima altura sobre el horizonte. SOLSNOVO

El arco diurno es más corto que en cualquier otra época del año. La sombra de un gnomon (el poste vertical clavado en el suelo que en la Antigüedad se utilizaba para determinar el tiempo), proyectada a lo largo de la línea meridiana, alcanza su máxima longitud.

El día más corto no es siempre el mismo, pero varía sólo veinticuatro horas, este año sólo es la noche de 21 de diciembre y el amanecer del 22 de diciembre y es el del solsticio.

Desde el 22 de diciembre, minuto a minuto, irán en aumento las horas de luz del día, hasta la apoteosis del solsticio de verano, cuando será el día más largo y la noche más corta del año.

El solsticio de invierno siempre fue considerado como sagrado, bello y algo mágico. Comenzaba en la noche más larga, se esperaba hasta el nacimiento del Nuevo Sol, se exaltaba en júbilo tras el amanecer, se continuaba la celebración cuando el sol quedaba fijo (Sol-stitium): la estrella que parece inmóvil durante tres días, del 22 al 24 de diciembre, y terminaba con la apoteosis del 25 de diciembre.

Esa fecha, que para los romanos era Dies Natalis Solis Invictus, se había fijado ya en Persia, mil años antes de la fundación de Roma.

En la antigua Persia se celebraba el solsticio de invierno cantando el himno que habla del nacimiento del mundo.

En Alejandría de Egipto tenemos la fiesta de la Natividad de Horus. Las estatuas de la diosa madre Isis, con el pequeño en su regazo o en el pecho (precursor de las estatuas de la Virgen amamantando al Niño Dios), fueron llevadas en procesión por los campos durante la noche a la luz de las antorchas. Y la multitud dirigía a la imagen de una serie de invocaciones, las llamadas “letanías de Isis”, que, en la versión griega, parecen concordar perfectamente con las posteriores letanías a la Virgen.

También en Egipto, en Helipolis (la Ciudad del Sol) desde al menos el siglo XV antes de Cristo, se celebran fiestas solsticiales y luminosas centradas en la concepción viril.

Los germanos celebraban Yule vinculado a Wotan / Odin, quien durante las noches solsticiales iba de caza junto con los guerreros caídos, marcando así la atemporalidad eternizante del sol- stitium. Los niños dejan sus zapatos en la noche fuera de la puerta y Wotan / Odin les llena de regalos y dulces. De ahí, tras la posterior superposición de San Nicolás, o Santa Klaus, nos ha llegado Para Noël.

También el Ábol de Navidad, siempre verde, indica que tanto el axial y la atemporalidad y es el Axis Mundi, el Árbol de la Vida.

En Roma, el solsticio estaba vinculado a Saturnalia (que llevaban la memoria de la Edad de Oro), que se fusionaron en el siglo I antes de Cristo, con las análogas festividades mitraicas.

Entre los siglos IV y V dC, la Iglesia de Roma, adquirido el poder político y llamada a cimentar desde lo alto una sociedad no evangelizada, considerada la irreprimible difusión de los cultos solares, pensó en celebrar el mismo día del Sol Invictus el Nacimiento de Cristo, entendido como el verdadero Sol.

Una operación política que también tiene una explicación menos mezquina: si se considera a Cristo como el hijo del Verbo y la experiencia de la verdad “revelada”, dicha superposición adquiere una significado diferente a de una simple maniobra eclesiástica

Continuando con la formación de los síntesis europea, a los temas romanos acogidos por la Iglesia, y que a su vez ya incluían aspectos mitraicos e isiacos. Se añadieron los nórdicos y así tomó forma todo el simbolismo navideño que hoy conocemos.

El solsticio de invierno es el paso de la oscuridad a la luz, esta realidad es la que ha preservado las celebraciones a través de los siglos. A la participación puramente ceremonial de los más y a la concentración limpia y llena de esperanza de muchos que sin embrago se limita a la categoría dualística más vulgar y chabacana, hay quien realiza también una introspección real más selectiva.

Nunca como el solsticio da la sensación casi tangible de la Solve et coagula y nada como el del solsticio de invierno merece una reflexión, un repliegue sobre uno mismo en el momento del paso entre la muerte de la luz y el renacimiento de la luz: es casi un morir en uno mismo para renacer purificado.

Por eso, más allá del momento axial astronómico, nada como el solsticio de invierno ha significado momento crucial para cada una de las funciones de las civilizaciones tripartitas.

La última defensa de la tierra motivaba a los agricultores, la falta de luz y su temblor estimulaba a los sacerdotes, la prueba íntima y desnuda de uno mismo en el momento en que todo es puesto en duda, exaltaba a los guerreros.

El sol renaciente los ha unido y sublimado a todos.

Las culturas tradicionales y guerreras que volvieron a surgir en el siglo XX se cimentaron en esta concepción, e incluso después de la llegada del poder global antitradicional y criminal que las derrotó, los que se siguen reconociendo en ellas han mantenido esta concepción y también algunos momentos de celebraciones solsticiales comunitarias cuya importancia trasciende incluso la conciencia de aquellos aún los viven.

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