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Analítica del comportamiento

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Analítica del comportamiento

Examinar nuestro comportamiento, implicaría analizar cuáles son los objetivos motores de nuestra vida

De vez en cuando, nos tomamos la tensión, nos hacemos una analítica, para ver cómo están nuestras constantes vitales. Es una buena costumbre de prevención, y a medida que vamos poniendo años en el saco, debemos hacerlo con mayor frecuencia.

Y de la misma manera que conviene controlar la salud física, conviene también controlar la salud de nuestro comportamiento. ¿Cómo son nuestras relaciones? ¿Cuáles son nuestras motivaciones? Reflexionar sobre nuestro comportamiento debería ser un ejercicio habitual. Sería una costumbre beneficiosa para nuestra salud mental y física. Examinar nuestro comportamiento, implicaría analizar cuáles son los objetivos motores de nuestra vida.


La primera dificultad con la que nos encontramos, es la falta de hábito que tenemos de revisarnos. Hemos pasado de una educación autoritaria basada en la obediencia y el deber, a una educación permisiva, basada en los derechos y libertades. Dos formas que parecían excluirse mutuamente. Y sin darnos cuenta, nos ha pasado por alto, un hecho fundamental: que todo derecho exige un deber, y que toda libertad, no excluye el cumplimiento de la ley. Pero tanto la educación autoritaria, como la educación permisiva, no han dejado un espacio adecuado para aprender a auto analizarnos. Saber preguntarnos cómo nos va la vida, si estamos satisfechos o no, qué es lo que nos satisface, qué es lo que nos preocupa. Y por este camino, ir entrando mas a fondo a las actitudes centrales que dan fisonomía a nuestra manera de ser. Si somos benévolos, o somos rencorosos. Si somos egoístas o somos generosos. Si somos beligerantes o somos pacíficos. Si somos partidarios de la disputa visceral, o somos partidarios del diálogo sereno y respetuoso.

Ocurre que cuando las actitudes negativas las llevamos arrastrando largo tiempo, se nos llegan a enquistar y nos resulta muy difícil el modificarlas. Pero deberíamos ser sinceros con nosotros mismos, y preguntarnos: si las actitudes negativas de egoísmo... de avaricia... afán de dominio... si nos dan felicidad, o por el contrario, nos complican la vida, y deterioran la calidad de nuestras relaciones. Un ejercicio sano de comprobación, sería comparar la calidad de vida que generan unas actitudes pro sociales, y las que generan unas actitudes antisociales. Mientras las primeras son sicológicamente sanas y uno se siente bien consigo mismo y con los demás, la actitud egoísta y antisocial, le ocurre todo lo contrario. Todo son tensiones, intrigas, desconfianzas... Uno se siente mal con los demás y de rebote, consigo mismo. Y aquí tal vez esté la cuestión central: ¿cómo es nuestra relación con los demás? A todos nos gusta pensar que somos personas tolerantes, flexibles, con una mentalidad abierta, que hemos superado el racismo y el machismo, pero, ¿es realmente así? Cuando valoramos negativamente a una persona o colectivo, sin una base auténtica y lo hacemos en base al estereotipo que tenemos de él, entramos en la tiranía de los prejuicios. Y uno se pregunta: ¿por qué damos por válida, una visión distorsionada de la realidad? La respuesta sería sencilla. Porque tenemos una tendencia innata a creer que lo nuestro es lo mejor.

Esta sobre valoración de lo propio, ha sido con frecuencia el motor de muchas barbaridades que se han hecho a lo largo de la historia. Es importante romper el círculo vicioso de los prejuicios. Esto nos ayudaría a construir unos vínculos de confianza con personas de convicciones distintas. Y por este camino, se aprende una lección que nos servirá para toda la vida: Y es que la legítima valoración de aquello que es propio, no debe incluir el rechazo de lo que es diferente.

Antoni Pedragosa

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