El árbol de Navidad: Los celtas y otros pueblos europeos
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El árbol de Navidad:
Los celtas y otros pueblos europeos tenían varios árboles sagrados, pero ninguno tan importante como el roble. Hacia fin de año, cuando llegaban los fríos y caían sus hojas, la gente colocaba en sus ramas desnudas telas de colores y piedras pintadas. Al vestirlo de esta manera esperaban que a la siguiente primavera el árbol brotara.
Cuando se impuso el cristianismo, los ritos agrarios invernales fueron asociados con la Navidad y los primaverales (de resurrección de la Naturaleza) con la Pascua y la resurrección de Jesús.
Uno de los religiosos más activos, hacia el siglo ocho, fue san Bonifacio (llamado “el apóstol de Germania”). A él se debe la introducción del abeto como árbol de Navidad para contrarrestar los ritos del roble. Cuentan que en cierta ocasión un roble cayó sobre un abeto, pero éste quedó milagrosamente intacto. Enterado de esto, san Bonifacio proclamó al abeto como el “árbol del Niño Jesús”.
La tradición del árbol navideño se limitó durante centurias al norte de Europa. Sólo entre los siglos diecisiete y diecinueve comenzó a expandirse por el resto del mundo occidental.
El acebo y el muérdago:
El muérdago, una planta que crece sobre otras, era sagrado para los celtas (Nueva XXX), cuyos druidas lo recogían durante la noche del solsticio de invierno siguiendo un riguroso ritual.
Le adjudicaban todo tipo de propiedades, especialmente curativas, y todavía se mantienen acerca de él tradiciones como la que dice que si una muchacha recibe en Nochebuena un beso bajo el muérdago se casará al año siguiente.
Para sustituir a una planta tan pagana, la Iglesia fomentó el uso del acebo, cuyas hojas pinchudas simbolizan las espinas de la corona de Cristo y cuyas bayas rojas, la sangre: no hay que olvidar que el Jesús que nace es el que morirá después en la cruz.
Este reemplazo sólo tuvo éxito total cuando se extendieron las tarjetas navideñas: el colorido contraste del acebo es mucho más atractivo que el verde del muérdago y terminó venciéndolo, aunque en muchos países no dejan de combinar las dos plantas para las coronas y los arreglos de las Fiestas.
Los colores navideños:
A la hora de elegir adornos y guirnaldas, tres colores ganan la elección: rojo, verde y dorado. No hay muchas dudas acerca de su significado.
El verde es el color de la vida, de la Naturaleza, de lo fecundo: es verde todo aquello que se propicia durante el solsticio de invierno.
El rojo representa la sangre que derramó Cristo y, por lo tanto, simboliza la generosidad hacia los demás. Pero también tiene un significado más antiguo, como color del fuego y de la sangre, no ligada a la muerte sino en su sentido vital.
El dorado, color de la luz divina, también lo es del sol, del oro y de las espigas maduras de las que la gente dependía para sobrevivir.
En ese aspecto, propicia también la prosperidad.
Velas, guirnaldas y bombitas:
Están relacionadas con el fuego y, por lo tanto, con la purificación. Es casi todas las antiguas religiones le daban este sentido: en tanto consume todo lo que toca, el fuego cierra un círculo que se reabrirá cuando todo renazca.
Además, pocas expresiones habían tan divinas como los rayos que caían del cielo.
Para el cristianismo el fuego también es importante como símbolo de luz: en cierta forma, la llama de una vela representa a Cristo como luz del mundo.
Las actuales guirnaldas de luces resultan una actualización (electricidad mediante) de la función sombólica de las velas navideñas.
Las bombitas que cuelgan de los árboles son derivados de las manzanas, que en muchas culturas -desde la griega hasta la celta- estaban ligadas a la noción del “más allá”.
Las piñas y las estrellas:Las piñas (fruto de las plantas coníferas, de hojas perennes) son símbolos de eternidad, ya sea por el cíclico retorno de la Naturaleza o -en un sentido cristiano- por la vida que se espera tras la muerte.
Las estrellas representan el mundo celeste: muchas culturas trataban de leer en ellas los designios de los dioses. Para la cristiandad hay una excluyente: la de Belén, que anunció al mundo el nacimiento de Jesús.
Según la tradición El duende de Navidad era un hombre anciano muy pequeño con barba blanca, vestido con ropas de paño y gorro de punta.
Convenía llevarse bien con él, porque si no te hacía toda clase de travesuras.
Por eso la gente le dejaba arroz con leche, que era su comida favorita, en el desván.
Hoy en día los duendes de Navidad tienen mucha familia, y como antes viven cientos de años.
Son los encargados de clasificar los pedidos de los niños y grandes y entregar las listas a Papá Noel, de esta forma ellos custodian el espíritu de la Navidad y cumplen los deseos para el año que se inicia!
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