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El significado metafísico de la risa ALFREDO VILLALBA BUSTILLO

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El significado metafísico de la risa
 ALFREDO VILLALBA BUSTILLO



En ciertas ocasiones, generalmente sociales, y en tertulias de controversias ideológicas, suelo, cuando se le ponen alguna jerarquía filosófica, sociológica, “politologíca”…., al tema, soltar guasas, para hacerlos reír y ponerle “seriedad” a la confrontación. Algunos lo toman de “formas injustas”, hasta de payaso me tratan, obligándome a recomendándoles un ensayo que leí siendo estudiante, de Milán Kundera que se llama “El significado Metafísico de la Risa”


La risa es cosa seria. Descalabra el mundo o lo disuelve. Hagamos esta experiencia difícilmente refutable: pronun¬ciemos las palabras más graves o veneradas y riámonos de ellas. O riámonos de las creencias y convicciones más sagradas, en las que nosotros, claro, no creemos: será una manera de pulverizarlas, de convertirlas en “objeto de risa”, de volverlas ridículas y reducirlas a nada. Tomemos, en cambio, las convicciones y creencias en las que nosotros sí creemos más firmemente, las que nos guían en aquellas decisiones en que “se nos va la vida”. Ya no nos será fácil reírnos de ellas. Y seguramente no admitiremos que otros lo hagan.

La risa, afirma Octavio Paz, en Signos en Rotación “devuelve el universo a su indiferencia y extrañeza originales: si algún sentido tiene, es divina y no humana. Por la risa el mundo vuelve a ser un lugar de juego, un recinto sagrado, y no de trabajo. El trabajo es serio; la muerte y la risa le arrebatan su máscara de gravedad”. Hay risas mortales.

En realidad, la risa, en cuanto privilegio de la divinidad, va mu¬cho más allá: puede restarle seriedad a lo “sagrado” de la vida diaria. Son incontables los testimonios de esto en la literatura antropológica. La risa ritual “sacrílega” aligera el peso demasiado humano con que se carga lo sagrado en el vivir habitual y del que los mismos dioses se ríen. Todo lo humano es en cierto sentido ridículo ante sus ojos, incluso la forma que los hombres tenemos de entender y actuar la relación para con ellos. Reírse, pues, junto con los dioses de lo más solemne y grave, lo sagrado, en ninguna cultura, hasta la edad moderna de los occidentales, el trabajo ha sido lo más grave y serio, es un modo sublime y místico de participar de lo divino.

Una enseñanza: la desacralización ritual de lo que en el orden cotidiano es lo más sacrosanto, hecha por la risa sagrada del bufón: tiene un efecto saludable. Deja abierta una instancia superior a la que remitirse cuando los poderes ordinarios, políticos o religiosos, se extralimitan y se constituyen en la instancia de juicio y condenación última, absoluta, inapelable e impune, o cuando conculcan sus obli-gaciones y compromisos para con los miembros de la etnia asfixian¬do sus vidas o procediendo con iniquidad o con perfidias. La risa los obliga a refrenar su orgullo y a mantenerlos más cerca de la comunidad. En la alegría liberadora de esta clase de fiesta, que detiene el brazo del castigo humano y la pena de muerte, nuestros cuerpos se saben resguardados y pueden vivir confiadamente unos con otros.
También: es la distinción entre la realidad que revela, en el interior del culto, la máscara grotesca del bufón ceremonial y la rea¬lidad que han de enfrentar los hombres en su vivir cotidiano. Su carácter de ficción ritual impide confundirlas y la audiencia com¬prende perfectamente los símbolos de esa diferencia.

Entre el orden desordenado de la risa ritual y el orden con su desorden concomitante de la vida ordinaria no hay simetría estric¬ta. Dentro de las pautas de la celebración casi todo es posible, incluso la irreverencia más “desaforada” porque ella es también sacra y extraordinaria. En cambio,’ la misma trasgresión no es ad¬misible en el ordenamiento de todos los días. Y sería castigada con la pena más severa. El desorden ritualizado del humor sacro, algo que para nosotros ya suele carecer de sentido y resultarnos incomprensible, está en función de una sabiduría para la vida diaria. Por eso el bufón al final es castigado o muere ritualmente. Esa es su enseñanza: saber reírnos de nosotros mismos sin por ello dejar de guardar ciertos respetos necesa¬rios que hacen posible la vida cotidiana. La risa de espectáculo, ritual y la risa ordi¬naria pertenecen a mundos distintos. Hay que mantenerlas separadas, como separados son sus mundos.
Esta separación no es total porque además de que se cuelan subrepticiamente de maneras indebidas en uno y otro sentido, dada la porosidad de las fronteras, también se establece en muchos casos qué es lícito pasar de uno a otro mundo y la forma de hacerlo debidamente. Algunos amigos y amigas me dicen payaso, ojala llegara a la categoría de payaso.
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